Siendo profesor en una ikastola, un día, me doy cuenta de que mi forma más directa para llegar al corazón de los niños y de las niñas es a través del imaginario. Por eso, muy pronto comienzo a crear itinerarios fantásticos dentro de las aulas, así como a contar y a escribir. Marcado por estas experiencias, justo en el año 1986, y después de haber ejercido en la docencia durante once años, abandono el centro escolar y decido aventurarme en el bosque de los cuentos. Desde entonces continúo caminando por el bosque, compartiendo tiempo y compartiendo espacio: perdiendo caminos y encontrando pasos, abriendo ritmos y respirando huecos, alumbrando palabras y silenciando ojos, escarbando tierra y escuchando gusanos, oliendo troncos y desplegando ramas, tocando pájaros y saludando estrellas

Actualizado en abril de 2020