Desde que bajamos de los árboles y nos empeñamos en ser seres humanos se reúnen personas para contar y escuchar cuentos. En una casa flotante del Vietnam, al pie de un baobab africano, en una aldea de Centroamérica, en un iglú recién construido, o en una casa de Guadalajara. Y así ha sido siempre a lo largo de la historia, porque contar y escuchar cuentos es, acaso, el gesto más humano que tenemos: no conocemos a ningún animal que haga algo semejante. Por eso cuantos más cuentos se cuentan, cuantos más se escuchan, más humanos nos hacemos.